Las fases de clasificación sirven para que España juegue contra Kosovo, o, para ser más precisos, la Federación de Fútbol de Kosovo. Los horrores y traumas de la historia acaban engordando el sinsentido de la fase de grupos, haciéndolo más grande (si cabe). Eso produce la historia: ¡selecciones!
Una competición, la fase de grupos, que se rige últimamente por la sentencia visionaria de Luis Aragonés, genio refundador de nuestro fútbol: «Aquí el más tonto hace relojes de madera. Y funcionan». Pero Kosovo funcionaba un poco menos que Grecia o Georgia. Ni resultaba amenazante ni se blindaba del todo. Era un rival agradable, simpático, de fútbol ‘progresista’ que permitió a España reencontrar su juego de alegre sobeteo.
Durante media hora, España tocó más vivamente, ligeramente ‘revival’ aunque sin demasiado peligro. Se revivió la vieja circulación y con el mismo peligro de siempre, la autoindulgencia, aunque no fue un toque informe y sí se vieron cosas, ideas, avances: una era una determinada vertebración postcruyffista o de ideología culé en Eric García, con su pinta de estudiante de derecho, Busquets y Pedri, que jugó mejor, con más participación y siempre como de puntillas. Esa línea, reforzada por Alba, se veía complemementada, matizada cual pulmón cholista por el fuelle atlético de Koke y Llorente entrando por la derecha.
España no jugaba mal ni del todo bien, tocando al airecillo primaveral, hasta que llegaron dos latigazos casi consecutivos. Dos latigazos generacionales. Pasada la media hora, Dani Olmo agarró una pelota en el área, se ladeó y la orientó hasta la misma escuadra, un golpeo de los de Cristiano Ronaldo. El golazo desencadenó a España, que marcó después en una contra dirigida por Pedri hacia Ferran, que batió al portero kosovar con un disparo igualmente ajustado y lleno de ira. Ese ramalazo recordaba al partido contra Alemania, sacaba a España de su embeleso con un arreón de verticalidad y malicia.
Hubo en las horas previas un cierto debate sobre la inexistencia de un once en España, pero sí se observan progresos, la conformación de un equipo: la apuesta por Unai Simón, la aparición firme de Pedri, que no es solo Pedri sino esa raíz de ‘juego’ a la que apunta, y la consolidación de Olmo y Ferran como extremos-puñales, pues tienen gol y por tener gol (lo más preciado) juegan fuera. Suspiros de España y nuestra Liga, que ve a sus mejores valores en el extranjero.
Si a lo anterior unimos la confianza en Morata (el nueve que tenemos y el nueve que nos merecemos: lo que somos, el realismo necesario) y Alba en el lateral, ese ‘once’ recitable empieza a tomar forma.
Error de Unai Simón
Pero se ha visto además el zigzagueo de Luis Enrique con Ramos, que tiene su intríngulis. Tras las sospechas de cambalache contra Grecia, Ramos no ha sido titular. Luis Enrique, con ello, reafirma su autoridad, que no podía quedar en entredicho. Ramos quiere el récord mundial, y lo tendrá. Ramos siempre está celebrando algo: su cumpleaños, un hijo, un documental, un aniversario, un récord… Siempre es noticia, es como un curso vivo, con vida propia, en paralelo al fútbol español. Él solo es una subsección de los periódicos: está la Liga, están los clubes, está la Selección y está Ramos en su universo ya legendario y expansivo que se va registrando en sus tatuajes como una crónica medieval.
En la segunda parte, España se relajó, tanto que Unai Simón hizo una cosa rara, como de portero inglés de los ochenta intentando jugar a la holandesa. Su regalo lo aprovechó Halimi colocando muy bien la pelota desde lejos.
España lo enmendó rápido (poca broma) con el tercer gol, un cabezazo de Gerard Moreno en un saque de esquina. No habría, por tanto, oportunidad para el sufrimiento. Kosovo, animosa, se iba arriba a presionar y España podía sentenciar al contragolpe.
Llegaron los cambios, y el mayor interés del partido acabó siendo (cómo sería el partido) si entraba o no Sergio Ramos y sumaba su ‘internacionalidad’.
Mitad samurái, mitad cruzado, entró Ramos y la dicha fue completa, se cerró un círculo, se ató un cabo que no podía quedar suelto y la semana larga de España pareció tener pleno sentido. Esto es un talento del seleccionador: que tres partidos, diez días, tengan coherencia, tengan armonía, sirvan para muchas cosas y todos salgan contentos. Es como otro plazo del fútbol: la decena, la concentración. Y Luis Enrique las está aprovechando. Sabe conseguir cosas en esos diez días. Él es un entrenador que a veces se justifica en los datos, en el ‘big data’, pero lo suyo, sin embargo, ofrece sensaciones. Más intuiciones que números. Fiémonos de ellas (y demos también las gracias por estar unos mesecitos sin fase de clasificación).
Siendo poco memorable, siendo por momentos alarmante, hemos visto la ecografía de la España de Luis Enrique y hay cara y ojos, manita y cabecita. Se está formando una criatura. No sabemos si será niño o niña, ni mucho menos su tamaño o condiciones, pero sí que apunta a equipo y que en unos meses tendrá que salir a competir.
Fuente: abc.es